lunes, 7 de septiembre de 2009

Lluvia

Bruscamente la tarde se ha aclarado Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa Que sin duda sucede en el pasado.
Quien la oye caer ha recobrado El tiempo en que la suerte venturosa Le reveló una flor llamada rosa Y el curioso color del colorado.
Esta lluvia que ciega los cristales Alegrará en perdidos arrabales Las negras uvas de una parra en cierto Patio que ya no existe.
La mojada Tarde me trae la voz, la voz deseada, De mi padre que vuelve y que no ha muerto.
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Poemas de Jorge Luis Borges
Poemas del Alma

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Celebrar la Vida



Alegría , Festejo, diversión, Amor, Años, Amigos,Familia, Compartir, Sonrisas, Vida.....Feliz Cumple hijo querido......Francisco.....

Tocar la palabra que necesita nuestra voz


Tocar la Palabra que necesita nuestra voz (Lc. 1, 57-80; Jn. 1,19-28)
La Palabra se toca con la voz. Tocar la Palabra es acompañarla con nuestra voz; con todo el espíritu que anima nuestra vida.Cuando la Palabra va por un lado y la voz por otro, los sonidos son ininteligibles. En cambio, cuando la voz toca la Palabra, la lengua se suelta.La voz, si quiere acompañar la Palabra, debe hacerse indiferente, esto es, no puede apegarse a unas palabras y a otras dejarlas. Pronunciar siempre unas y callar sistemáticamente otras. Pronunciar: Vida larga; riqueza; salud, etc., y callar: Vida corta; pobreza; enfermedad, etc.Cuando la voz no acompaña bien a la palabra, decimos que quedamos disfónicos. Cuando nuestro espíritu no acompaña bien a la Palabra, también queda disfónico. Y así, hay Palabras que pronuncia bien fuerte, con mucho espíritu, y otras tan tenues que ni se las oye. Esto es señal que hay apegos.Lo propio de la disfonía es que las palabras salen exigidas y duelen. Cuando esto ocurre, se nos aconseja el silencio. En la disfonía de nuestro espíritu, cuando notamos que hay palabras que nos duele pronunciar y nos salen exigidas, por causa de nuestros apegos, debemos recurrir al silencio, donde espíritu y Palabra, vuelvan a acompañarse bien. Allí, nuestro espíritu aprenderá a acompañar la Palabra en el tono apropiado, escuchando. Así fue al Principio; oyendo a Dios nombrar la creación, el hombre aprendió a ponerle nombre. Oyendo a Dios nombrar con su Palabra cada uno de nuestros apegos, aprenderemos a ponerle nombre.

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